sábado, 25 de agosto de 2007

"A PERRO Y A CUCHILLO"







El campo no entregaba lo que yo con fuerza y espíritu había ido a buscar.
Tres días de largas caminatas con la sola compañía de mis perros. A ellos más que a mí se les notaba la fatiga y el hambre. Sobre todo el hambre de matar.
El cansancio nos estaba ganando la partida. Ultima entrada al campo, último sacrificio. Le pedía a mis rodillas que aguanten un poco más, pero esta vez fui vencido por mi cabeza.
Maldije el momento, me pregunté por qué andaba solo, por qué me exigía tanto, a quién quería engañar, cuántos kilómetros más serían necesarios para empezar a aborrecer esta actividad que en el mejor de los casos es mi pasion.
En la lucha del poder de la voluntad fui vencido, me rendí.

Comencé el regreso en dirección a la camioneta que me llevaría a la casa, al placer de los pies descansados, el baño caliente. A una comida elaborada y la bebida fría. Cien metros me faltaban para llegar a ella cuando la vida, en un instante, me demostró que mis repuestas vinieron de adentro de un molle, provocado por el torido de mi perro Sacachispa. Sin previo aviso el chancho jabalí se despertó como un gigante de la siesta. Con mucha tranquilidad tuvo tiempo para dejarse alzar, encrespando el pelaje, asustando con su tamaño.

A unos 15 metros quedo petrificado. Lo único que atiné fue a desenvainar mi cuchillo, pero me di cuenta de lo indefenso que estaba. Solo un perro se interponía y ese perro era la barrera que había entre la bestia y yo.
Un grito venido del alma salió de mi: cheló cheló cheló, el mismísimo grito del respetado Amadeo Biló. De mis espaldas los dogos cruzas salieron al encuentro.
Ante el atropello, el padrillo emprendió la fuga, tan escandalosa y ligera que llegue a pensar que se retiraba sin presentar pelea.

Lo maravilloso fue ver a toda la jauría a la siga de ese chancho.
Me llamo la atención mi Arruinado, un joven dogo Argentino que, con gemidos de ansiedad por no poder alcanzar la presa, ponía a prueba su rudeza, siendo una locomotora en la forma de partir el monte. Una bestia tras la bestia. En pocos segundos me encontré solo.
Comenzaron las dudas.
Dudé, dudé, dudé muchísimo si enfrentaba a ese barraco, el doble en tamaño de mis perros, sin arma, a pie, solo. Un desafío peligroso. Había encontrado lo que buscaba y no quería encontrar. Qué contradicción. Aunque los colmillos eran parte del juego me preocupaba la vida de mis perros más que la mía.
Comencé a correr con cuchillo en mano por el camino de la huida del animal. Mi cuerpo se bañó de transpiración, sentía que mis pulmones estallaban. Los latidos del corazón en mi pecho no me permitían escuchar sonido alguno.

Maldije mi falta de estado como siempre. Corrí y corrí, hasta que se me engarrotaron las piernas. De pronto, comencé a escuchar los aullidos de los perros.
Irremediablemente la bestia estaba peleando por su vida.
Saqué fuerzas de donde pude y llegué con precaución. Divisé una nube de tierra. Jugado como estaba, con la adrenalina en todo su derecho, mi intención fue encararlo, pero mi embestida fue arruinada cuando el padrillo me vio.

En un par de bufidos y colmillazos se desprendió de los perros.
Juro por Dios que el miedo me paralizó.

Sólo recuerdo la mancha blanca, una luz que se aferraba a la cabeza de la bestia, mi Arruinado. Tal vez ayudóotro perro a que no me partiese al medio, pero es a él al que recuerdo. Qué coraje demostraba el joven dogo.
Retrocedí unos metros sin tocar el suelo sintiendo que se me venía encima. Odiosa sensación. En eso logro ver que el chancho jabalí gira, dándome la posibilidad de tomarle la pata trasera izquierda.

Animando a los perros nuevamente con el cheló!,cheló! para que no me aflojen en la últimas, logro con mi mano derecha apuñalarlo en la paleta, en un fallido intento llegar a su corazón.
Tenía la mano izquierda acalambada por la fuerza de sostener la pata. Cambio de mano y le entro con el cuchillo por la izquierda otra vez sin ver signos de que se desangre.
El chancho castigaba a mis perros y empecinado buscaba mi figura. A las puteadas, exhausto, con los cheló! raspándome la garganta, desgarro la herida hacia abajo tirándole todo mi peso encima y lo derribo. Cómo deseaba ponerle fin a esto. Respiraciones y jadeos agitados eran los sonidos de la tarde. No lo podía creer. Había caído un grande.

En un recuento de mis canes veo a Lonco echado a unos metros, tenia un corte producto de un golpe fuerte en el abdomen. Por su parte Arruinado presentaba un corte profundo cerca de la vena yugular.

Se salvó por centímetros de no morir desangrado. La vida nos daba otra oportunidad. En un entrevero de sensaciones me uno en un abrazo de agradecimiento a ellos que, a bocanadas como yo, trataban de llenar los pulmones de aire. Recién ahí me di cuenta de mi estado, del temblor de mis manos y piernas que me obligó a sentarme sobre la tierra.

Imposible describir con palabras precisas lo que sentía. Ni siquiera ahora sé si es una respuesta. Pero sí puedo afirmar que el momento vivido justificaba la intensa pasión y el esfuerzo de años puestos en la cría de los canes. Por la íntima satisfacción, celebrada por los que saben de qué hablo, de hacer presa a un descomunal jabalí en lo que certeramente se denomina A perro y a cuchillo.

viernes, 24 de agosto de 2007

Relato:




Siento una leve mala onda –dijo Leo.
Y no se equivocaba.
Juan, mi hermano, estaba de mal humor. Y yo cansado de tanto andar. Era lunes y no quedaba nada de las provisiones que mal habíamos calculado para aquel fin de semana de marzo. Y como si fuera poco, en la cacería de la mañana se nos había perdido nuestro Jack.
Realmente se respiraba una espesa mala onda.
Leandro había venido desde Trelew. Nos visita una vez por año y por tal razón veníamos exigiéndonos un objetivo: cazar un padrillo, y de los grandes, más allá que tres chanchos de mediano porte se encontraban colgados en el travesaño del puesto.
Un objetivo por demás pretencioso. Y extremadamente peligroso para nuestros perros.

Era el mediodía y el sol pegaba fuerte cuando le dije a Juan que fuéramos a buscar al Jack y que luego habría que regresar al pueblo.
Dicen que si un perro se pierde, una prenda del dueño puede ayudar a encontrarlo porque si el animal extraviado la encuentra se queda junto a ella. Un recurso al cual Juan apostó una vez más cuando dejó su campera sobre el alambrado. Fuimos en la camioneta a buscarla y ahí estaba el Jack, echado sobre la campera. Uno apostó pero ganamos todos.

-Ya que estamos demos una vueltita por un lugar que conozco por acá cerca –les dije.
Juan no quería saber nada. Podía más su desánimo que mi propuesta. Lo convencí a medias diciéndole que era una vuelta corta, no más de 20 minutos.
Comenzamos a caminar hasta el filo de una barda donde se proyecta un zanjón tupido de monte.
Los chanchos suelen hacer sus dormideros por ahí.

Lo caminamos todo y no pasó nada. Mi última chance de cazar fracasaba. No quedaba otra que regresar a la camioneta. Leandro y yo nos reíamos de la frustración de Juan: la llevaba pegada al cuerpo. Venía a unos 15 metros, rezagado, caminaba con la cabeza gacha, las piernas le pesaban.El lugar era desolador, solo pequeños montes donde es imposible que algún animal haga refugio. Los perros venían por detrás, jadeando calor y cansancio.
Noté que el Jack levantó el hocico, olfateó algo aunque siguió por delante con su tranco acompasado al mío.
Después de unos veinte metros, levantó el hocico de nuevo e inmovilizado trató de captar el olor.
Le dije a Leandro:
-Eso es chancho.
-Dejá de bolacear- me respondió.
En verdad lo dije para levantar un poco el ánimo y poner mi esperanza en el hocico de ese perro.

Dos, luego tres perros levantaron cabeza, como decimos los chancheros.
-Eso es chancho- dije de nuevo. Y esta vez sonó diferente. Vi como se transformaban las caras de mis compañeros.
Los perros ya lo sabían y salieron a encontrarlo. Mis pulsaciones se aceleraron. Siete de ellos rodearon un montecito tupido que estaba en medio de la nada.
Les hice una señal a mi hermano y a Leo, indicándoles que ahí dormía el chancho.
Me volvió el recuerdo de otras tantas veces que había levantado barracos de la misma manera, cuando los perros rodean el monte y empiezan a mover la cola.
Cargué mi escopeta, ya era seguro, era un barraco y en el caso que dispare para mi lado lo intentaría cruzar con un brenek (cartucho de plomo, para aquellos que asoman a este relato por el relato mismo nomás).

El primero en entrar y dar la señal fue el Sacachispa. Su torido siempre nos deja justo a la orilla de un infierno donde será de uno no quemarse vivo.
El chancho desarmó el monte donde dormía y se abrió paso para la huida.
Instantes maravillosos para todo cazador donde aquel infierno se vuelve cielo de repente y acaban siendo la misma cosa.
Al grito de ¡Barraco, barraco! y a correr se ha dicho.
El chancho, bien astuto, disparó adivinando el lado donde no iba a ser interceptado.
Mi hermano que ya no era el mismo, salió con toda su furia ahora en escandalosa persecución.
Yo, por conocer un poco más el lugar, me abrí por una brecha donde podía correr sin obstáculos, Leo corría por detrás de mí.
Los perros nos aventajaban unos 200 metros. Se sentían los toridos y eso significa que aún no alcanzaban al chancho. El lugar era bastante limpio, ideal para que el Chavo, uno de los perros, pueda llegar a detenerlo.

Sabía que yo tenía que correr con una marcha constante para no agotarme. Así lo hice.
El calor me sofocaba en la corrida, la escopeta me pesaba, las piernas como tantas otras veces se me endurecieron por el despiadado esfuerzo, todo el aire se me hacía escaso.
Un perro aulló. La pelea había comenzado.
Me faltaban unos 50 metros, distancia interminable cuando se trata de llegar al lugar. Los ruidos a ramas quebradas y gruñidos de los perros son azotes en la desesperación de uno. Dejan marcas que no se olvidan.
El chancho daba pelea en sector de jarillas y piquillines. Era imposible entrar.
Me paré unos instantes para tomar aire y pensar un poco como venía la mano, pero no había tiempo, el chancho, carajo, estaba lastimando a los perros.
Cerré los ojos y encaré para lo sucio del monte, los latidos de mi corazón se me habían subido a la garganta.

Agachado pude ver a los perros que lo tenían prendido por la cabeza. Lonco se encontraba echado sujetándolo de la trompa y el jabalí lo castigaba en el pecho.
Jack y Chavo en la cabeza, el Arruinado prendido del lomo pasaba para un lado y otro del chancho. Debido a lo tupido del monte no podía afirmarse bien. Pehuen mordía de la paleta, no le aflojaba al grandote.
Dejé la escopeta en el suelo y pude llegar sin ser visto para tomarle una pata trasera.
Sentado logro estirarme y entrarle con mi cuchillo, pero al no poder afirmarme me ganó con su fuerza. Hizo que el cuchillo se me cayera el suelo, evitó y me gusta pensarlo así, que yo mismo cortara algún perro.
Había que estar ahí abajo, era una tarea complicada. El animal me tiraba con mucha fuerza pero yo no le iba aflojar por nada. Sería mi perdición.
No me quedó otra que pedir ayuda.


El coraje de mis perros en la pelea me tenía subyugado aunque a simple vista el Arruinado mostraba el cuarto cortado. No podía esperar más, el chancho castigaba con peligro de muerte al desprotegido cuello del Lonco.


No entendía la tardanza de Leo, su falta de respuesta a mi pedido de ayuda, si venía a unos veinte metros detrás de mí. No es fácil manejarse dentro del monte, más los nervios y adrenalina..., se complica la cuestión. El hombre hacía lo que podía. Pero en estas instancias las demoras, contémoslas en segundos, son eternas.
-¡Barraco! Barraco! Dále vengan!- gritaba yo.
En eso lo veo a Juan. Como un tractor abriendo paso por el lado más tupido del monte, venia con las manos en la cabeza para no lastimarse la cara. Increíble, pudo llegar hasta donde yo estaba.
Lo vi como el mismo diablo desenvainar su tremendo Eskiltuna y dar una certera apuñalada. Y ahí nomás el chancho se desplomó.
Dicen que los grandes caen con más fuerza al suelo. Así fue que el chancho se encontró con la muerte antes de que yo entendiera que ya estaba muerto.

De un rápido vistazo, Juan se da cuenta que todos los perros estaban bien y exclama:
-¡Vamos mierda, semejante padrillo a cuchillo y no mató ningún perro!
Llegó Leo y nos unimos en un abrazo.
No lo podíamos creer. Qué satisfacción tan grande sudaban nuestras caras.
Leo, después de vernos nacer en lo que a cacerías se refiere, por fin pudo presenciar una cacería de tal magnitud. Tantas veces las había imaginado escuchando voces que no eran las nuestras. Sabía de nuestros sueños.
Le pido prestadas palabras a mi hermano cuando dice que solamente alguien que lo vivió puede entender aquello se siente después de haber criado a tus propios perros y poder hacer presa a cuatro chanchos, todos a cuchillo.
Es algo que hasta narrándolo como necesito hacerlo sé que me quedo corto.

Una recomendación y porque para mí vale: si pueden lleven una máquina de fotos. Les ayudará en el tiempo a revivir momentos especiales, irrepetibles que deja cada aventura.En las cacerías de chanchos, como en la vida misma, pasar del desánimo a la pura alegría depende de la voluntad de uno. Modificar el resultado aquella vez a mí me costó un intento más, una última vueltita de veinte minutos, a pesar del cansancio.

miércoles, 22 de agosto de 2007

SEGUNDOS DE VIDA O MUERTE




A la luz del farol no puedo comprender qué fue lo que pasó.Me siento un cobarde, pero... ¿por qué?
Un libro sobre la mesa, ajado de tantas leídas, tal vez tenga que ver con todo esto. “Dogo Argentino”, un regalo de Amadeo Biló. Quizá sea una respuesta. Mi dogo. Cuánta falta me hizo hace apenas minutos, lo hubiera pedido a gritos.
Amargura, sólo eso me brota del pecho. Pero en la vida se gana y se pierde y debo aceptarlo así.
Imágenes dando vueltas por mi cabeza. Una y otra vez: el padrillo en la mira de mi fusil, perros acalambrados, inútiles balas recargadas de la segunda guerra mundial, un clic. Nada. Tuve tu vida en mis manos en dos oportunidades, pero zafaste.

Había salido sólo con tres perros porque el objetivo era cazar una chancha. Sin querer, queriendo me encontré con un chancho de aquellos. Y con mi error.
Fieles compañeros: Jack, Sacachispa y Pehuen. Estoy muy orgulloso de ellos. Se mostraron con un coraje admirable. Lástima que yo no pude hacer nada cuando más me necesitaron.Como dice Biló en su libro: la lucha por el jabalí dura escasos segundos, a veces minutos. Y uno lo sabe. Los de hoy fueron segundos, en los que Jack y Pehuen lograron sujetarlo.Pero bendita la verdad si yo hubiese entrado en lo tupido e impenetrable del monte donde se desarrollaba la pelea, que solo la podía ver cuerpo a tierra.
A veces se me da por creer que tengo a Dios de mi lado y él quiso que yo no estuviera ahí. Estaría despostando el animal si las balas de mi fusil no hubieran fallado cuando lo tuve a tiro.
Sus ojos me descubrieron y fue motivo suficiente para su atropello. Me pasó a escasos metros.

Dos tiros a corta distancia. Y ambas balas fallaron.
Qué desprotección.
Logro cargar para el tercero y alcanzo a disparar el tiro exigido cuando el jabalí me gana el monte. El Sacachispa lo corría pegado a los garrones.
Luego, de rodillas logro ver al chancho que sentado, la peleaba con los perros.
Pensé que estaría herido. Dudé. Jack y Pehuen, poco podían hacer debido al porte del jabalí, el cansancio los venció y en su ultima carrera lo abandonaron.
Me encontré solo. Y estaba solo.
El silencio en la tarde que se iba y un torido del Sacachispa a lo lejos, me hizo comprender que era inútil y arriesgado volver a encararlo con una bala insegura y un perro Boder Collie.
Tuve que aceptar la derrota. Y desde el fondo de mi propio desánimo me juré la revancha. Sólo un cambio: el fusil por un perro, mi Arruinado, un Dogo Argentino que no había podido traer. Como así tampoco Lonco y Chavito, otros dos compañeros en la vida.

Cometí un error, lo sé, por eso me atrevo y aconsejo: cuando salgan en busca de chanchos, que sea con 4 perros, o más perros prendedores, por las dudas que se encuentren con un padrillo en lo tupido del monte.
Entendidos en el tema lograrán ponerse en mi piel cuando se viven minutos interminables, sudados por el miedo, enredado a veces en los jarillares y el padrillo furioso que arremete, disparándole casi sin tocar el suelo de tan sólo imaginarlo -que es mucho peor que verlo- bufándonos los tobillos, como el peor de los fantasmas.
El regreso sin la presa, pero con la vida de uno entre las manos, que no es poca cosa.
Bien dice el payador Huenchul en un verso: de donde casi dejo el cuero de puro tonto al saber.


Nota: No puede llevar más perros porque en mi afán de cazar una chancha y teniendo la camioneta rota, pedí a un conocido que me lleve hasta al campo. Luego tendría que venirme a dedo.Sin embargo lo logré,
Al otro día por la mañana pude matar un chancha, y bueno... se haría largo el relato si les cuento lo que tuve que trabajar para llevarla hasta el camino donde me alzaron hasta el pueblo! Anécdotas que quedarán por siempre.
Imaginen solo esto: lavándome los pies en un tajamar, ropa teñida de rojo sangre, 3 perros descansando bajo un chañar a metros del camino y sobre é, colgados, dos media red de jabalí. Haciendo dedo.
Pregunta... ¿Vos me llevarías?
(A.S)

martes, 21 de agosto de 2007

Relato:







Relato basado en apuntes de puño y letra que me entregó mi hermano Juan Ignacio, escritos en el reverso de una vieja, ajada carta documento.


Un día como cualquier otro, cuando llega la tarde, uno se pone a pensar qué hacer... y me dije en ese momento: voy a ensillar la overa para ir a pegarle una mirada a los terneros que están en el jarillal, ya que hace rato que no ando por ese lugar.
Eran pasadas las tres de la tarde de un día muy caluroso de marzo cuando salí junto con cinco de mis queridos y apreciados perros. Uno tras otro se enfilaban tras los rastros que dejaba mi yegua.
Al Jack, uno de lo más veteranos y experimentado de mi cuadrilla lo dejé atado debajo de la sombra de un eucalipto, por presentar un síntoma de renguera en una de sus patas traseras y Chiquito, el tímido ovejero, tampoco fue de la partida por estar escondido en el galpón.
Cuando llegué al jarillal (un potrero de 70 hectáreas con zonas pedregosas cubiertas de olivillos, jarillas y chañares) los terneros, por suerte, se encontraban arrinconados sobre el secano (potrero de 30 hectáreas limpias, sin monte) Decidí pasarlos a ese lugar así podría llevarlos al corral y encerrarlos para revisarlos con más tranquilidad.

Empecé a presionarlos para que pasen. Comenzaron a correr dividiéndose en varias tropas y ahí se me complicó la cosa.

Yo iba de un lugar a otro, pero como mi yegua estaba muy gorda no podía hacer mucho, sólo me quedaba trabajar con inteligencia y con la ayuda de los perros. Gracias a ellos pude meter gran parte de ganado en el secano.
Una punta de terneros me ganó la tranquera y se metió entre la espesura de unos matorrales de olivillos, como lo llamamos nosotros: un sucial. Me bajé de la yegua y animé al Sacachispa para que los sacara, ya que está capacitado para ese trabajo. Luego de varios toridos los terneros comenzaron a avanzar.

El ladrido del perro había cambiado, ahora era más grave y los demás compañeros que estaban junto a mí salieron disparados como misiles. Supe entonces que el Sacachispa había dado con un jabalí y yo con una historia tal vez para contar.

Corrí hasta la overa, monté y salí a toda furia hacia la orilla del río de donde provenían los toridos. Quise ganarle al chancho antes de que vadee el río pero cuando me asomo en la orilla ya el Sacachispa y el Arruinado iban atravesando la correntada. Por detrás se largaron Chavito, Pehuen y Lonco. En cuanto hizo pie el Sacachispa se perdió en los matorrales de sauces y tamariscos. En pocos segundos ya lo había empacado porque imaginaba yo que era un barraco.
La gran pelea había comenzado: se escuchaban los toridos y gritos de los perros.

No pude dejar de pensar que, seguramente, el chancho, con sus afilados colmillos los estaría lastimando, haciéndoles cortes en distintas partes del cuerpo.
Me encontraba del otro lado del río. Me sentía impotente, cada segundo que pasaba apretaba el nudo que tenia en mi garganta. Pensé en el mal traer que tendrían los perros y decidí tirarme al río. No había tiempo, nadaría con la ropa puesta: camisa, bombacha de trabajo y unas botas de cuero. Llevaba apretado en una mano mi cuchillo verigero mientras braceaba contra la mansa pero pesada correntada.Al llegar a la orilla opuesta me enredé con unas ramas. Me hundía el peso de las botas complicando mi salida. En ese momento escucho el ruido de un vehículo que se aproximaba a gran velocidad al lugar de la pelea.

Los sonidos a ramas quebradas y a perros lastimados que se escuchaban en la tarde eran impresionantes y aceleraban mi corazón. Luego, no escuché más nada.
Quien fuera había llegado en el vehículo, de alguna manera lo había silenciado.

Pegué un grito.
Alguien me devolvió otro.
Comencé a arrastrarme entre las ramas de los olivillos. Los 200 metros que tuve que hacer para llegar, juro, se me hicieron interminables.
Cuado llegué quedé impresionado: me encontré con un semejante padrillo muerto entre una rueda de perros agotados.El hombre dijo que estaba trabajando y al escuchar la pelea, se imaginó que era el chancho grande que habían visto varias veces en los manzanos.
Cargó unos perros en la camioneta y ellos fueron los que ayudaron para el remate final a cuchillo, porque mis perros lastimados ya casi no tenían fuerzas para sujetar.
En verdad el Arruinado, por ser el cachorro del equipo llevó las de perder, tenía un corte en el pecho y en el cuarto trasero. Los demás no tenían cortes de extrema gravedad.
Ya más tranquilo con un apretón de manos le dije: Usted debe ser Dante, mi vecino, ya que no nos conocíamos.

Resultó ser mi vecino, nomás. Decidimos sellar la presentación esa misma noche con un buen asado.
Juntos arrastramos el animal hasta la camioneta. El resto
es sabido por todo cazador: corre la noticia y se acercan
los conocidos a compartir la alegría de la cacería, con fotos incluidas. Un muy buen pretexto para sumar comensales al asado y entre todos revivir los intensos momentos de la tarde.
Mientras curaba a mis perros no podía dejar de pensar en los pocos minutos que dura una pelea y en el riesgo que corren.Gracias a Dios mi vecino pudo llegar a tiempo, porque yo me demoré debido a la suciedad del monte.
Agradezco infinitamente a Dante de haber intervenido y que hayamos salido victoriosos en esta cacería. Lo más importante fue que no tuvimos que lamentar la pérdida de ninguno de nuestros perros.
Esto fortalece el dicho: cuando uno menos lo busca... lo encuentra. (J.S.)



lunes, 20 de agosto de 2007

Relato:




Trabajaba en la estancia Agropecuaria Forestal del Valle.Mi hermano Juan como encargado me enseñaba a manejar el tractor con las diferentes maquinarias.
Agropecuaria cuenta con 10 mil hectáreas de campo y 250 hectáreas de pastura que se ubican sobre el margen del brazo sur del Río Negro, a pasos de localidad de Lamarque, una de las tres poblaciones que conforman la isla.
En algunas recorridas por el campo, en especial por la zona del sembrado, a metros del puesto donde supo estar por muchos años Don Severo, veía los rastros que dejaba un chancho, aparentemente cuando entraba a osar en las noches. En verdad era desastre lo que hacía, cómo dejaba la tierra.
Por la comodidad con que el animal se movía en el lugar se había ganado que lo llamen El capataz de Severo.

Por eso más de una vez enrabiado el dueño de la estancia,
Don García, nos animaba para salir a cazar.
En los 4 años que llevaba Juan trabajando no había tenido mucha suerte en el tema de cacerías. Le era difícil dar con un chancho, y cuando los encontraba no podía hacer mucho, por ser un sector sucio de pichanales. Además no contaba con perros chancheros.
Pero fíjate vos las vueltas que da la vida... Uno no está por estar y lo que pasa no pasa por pasar. Señales, digo, sino, cómo explico que por seguridad en la estancia 3 de mis cachorros cruzas con dogos se criaban privados de la libertad bajo la sombra de los árboles que rodean la casa, sujetos por una cadena de apenas dos metros de longitud.
Verlos todos los santos días, ahí, mirándome con ansias me entristecía pero a la vez, no podía dejar de soñar con ser un cazador de chanchos. Y qué mejor momento para empezar.Mi hermano contaba con los conocidos Boder Collie, muy útiles para el trabajo con el ganado, y un joven galgo poco voluntarioso como todos los de su raza. Gran parte
del día se lo podía ver descansando bajo el calor de la salamandra.
Reponía de esta manera, la energía que necesitaba para desarrollar su gran velocidad al hacer presa de todo bicho que le dispare.

Así el sábado después del mediodía ensillé la overa y con el Flaco, un compañero de trabajo, partimos para el pantano (cuadro tupido de pichana y tamarisco donde se filtra el agua de la napas, de ahí el nombre)
Con la intención de pasear a los cachorros: un Dogo argentino de 7 meses, un Dogo cruza con Gran Danés de 10 meses y otro Dogo cruza con Manto Negro, de un año.
Cachorros con pocas salidas pero muchas ganas de hacer presa al primer hocicudo que se cruce en el camino.

Los boder y el galgo se sumaron en la partida.Pasando por el galpón de la estancia se encontraba mi hermano. Le pido una escopeta 16 y le aviso que iba a dar una vuelta por aquellos lugares. Haciéndome burla me dijo:
-Te voy preparando el aparejo así lo colgamos.

Sin prestarme al juego, claro, él acobardado de sus salidas frustradas, comencé a llamar al Jack, un perro bastante baqueano que, en el caso de que nos encontremos con un chancho, les enseñaría a los cachorros los porqué y para qué de su vida de perros.
Pero el Jack con su personalidad particular solo nos siguió unos metros y se volvió con Juan. Después de todo él era su amo.
Dejando atrás la estancia, pasando por la zona de la chacra, en minutos entramos en el famoso pantano donde duermen los inalcanzables barracos.
Por haber llovido días atrás, pudimos ver con facilidad rastros frescos de alguna chancha con lechones.
Ansiosos, de por si contentos por sacarlos de un collar con cadena, los perros podían olisquear y armar cuantos pasos ellos quisieran.
El pantano al ser un cuadro de pocas hectáreas lo atravesamos al medio en poco menos de una hora y como estaba cayendo la tarde emprendimos el regreso.

En cuanto pudimos divisar la tranquera que nos llevaría en unos minutos derechito a la estancia, encontramos un rastro de un macho grande que iba en dirección para el sembrado.
Pensé que era un rastro de la noche anterior, cuando había entrado a comer.
Mi compañero, gran conocedor del lugar, insistió en seguirlo un poquito pues estaba confiado que el chancho tenía la cama a metros del puesto de Don Severo.
Le di la razón y rodeamos unos tamariscales cercanos al alambre que divide el sembrado del pantano.
Logro ver una libre que también la vio una perra boder y comenzó a perseguirla. Al no poder alcanzarla empezó a ladrar y rompió el silencio que se necesita en la cacería de jabalí. Además me amargó, perdí toda esperanza, pero cuando menos lo esperaba, un tropel y ruido a ramas quebradas llamo mi atención.
Toda la jauría desapareció en un instante a la siga de la ruidosa marcha que llevaba aquel animal. No tardé en comprender que se trataba de El Capataz. Los ladridos de los perros habían levantado al grandote de su siesta.

Mi cuerpo se saturó de adrenalina, como tantas otra veces el miedo me invadió. Me preocupaban los cachorros.

Comenzamos entonces a correr con los caballos pero era casi imposible, pues había que gambetear renuevos de chañares, lastimándonos las piernas y las patas de los caballos. Sabido que cada segundo que pasaba era vital para la vida de mis perros.
Un aullido de dolor de uno de ellos me puso como loco. Lo animaba a mi compañero para que no me deje solo, lo veía muy asustado por ser la primera vez que se acercaba a un barraco, se me quedaba atrás en la corrida.
Llegando a un limpio, pude distinguir a El Capataz entre un círculos de perros, presentaba enormes colmillos.
Como no estaba el Jack ninguno mordía en la cabeza, lo tenían sujetado de los cuartos. Así era fácil ver como le blanqueaban los marfiles. El chancho sentado sólo trataba de sacárselos de encima y, sin embargo, en esa posición su gran tamaño llamaba la atención.

Cuando pensé si era seguro bajarme del caballo y apuñalarlo se desprendió de los perros y buscó para el lado mío. En un amague pude sacarle la yegua del camino y pasó al trote manso, como si nada.
Mi compañero de un grito me recalca los calmillos y que yo le dispare. Pero quedé atontado, siguiéndolo con la mirada cómo se perdía en el monte.
Me sentí un cobarde, ni siquiera levanté la escopeta, una oportunidad que tuve a tiro y no reaccioné.
Por suerte antes de llegar a un chañar bastante sucio, los perros logran empacarlo. Ahí no dudé, no podía esperar más.
Era ahora o nunca.
Me acerqué para asegurar el tiro, giré un poco a la yegua, apunté entre la cabeza y las paletas y al fin el disparo.No sé como diablos pero juro que sentí la sacudida del barraco cuando el plomo lo atravesó.
Al verlo herido los cachorros se prendieron sin asco al animal. Me bajé del caballo, lo sujeté por la cola y el Flaco lo apuñaló cuando el chancho ya estaba entregado.

Lo demás fue, para qué decirlo, la gloria.
Y el abrazo inolvidable con el Flaco, los gritos de alegría que llegaron hasta donde estaba Juan que, guiado por el disparo, llegó hasta nosotros a sumarse al festejo. Con los dedos de la mano se puso a medir los colmillos. (Para no quedarse corto en sus relatos en las rondas con amigos)
Y como si fuera poco, rápidamente marca un número de su celular y decidido anuncia:
-Marcos, cayó el grande.
Esas palabras, insignificantes para cualquier otro, fueron tan precisas que las tomo como un trofeo. Me erizan la piel de tan solo recordarlo.
Marcos, su entrañable compinche de aventuras. Y el grande... quién no sabe lo que es un grande. Si me ha había hecho sudar en las noches de tan solo tenerlo a dos trancos de mi sueño.

domingo, 19 de agosto de 2007

Relato:


Agradezco a Alberto Mosquera por haberme regalado mi apreciado perro Sacachispa Y a mi hermano Juan. De no ser por ellos no habría escrito esta narración.


Todo comenzó cuando le dije a Julio que para el domingo preparara los matungos que con mi hermano Juan iríamos a buscar el famoso barraco.
Domingo 10 de la mañana. Los overos estaban ensillados listos para partir. Juan y yo éramos los jinetes que conduciríamos a los siete valientes guerreros que, a apuro olfato e instinto, dejarían si fuera necesario la vida en la batalla.
Cuando los vasos de los caballos pisan tierra del Lote 15, Estancia Negro Muerto, Provincia de Río Negro, ubicado a 80 Km. al este de Choele Choel, el querido pueblo donde nací, justo ahí, comienza esta narración.
El día se tornaba oscuro, las nubes amenazaban lluvia pero con Juancito no pararíamos hasta encontrar este animal que estaba haciendo historia. Sentir que la daga le topara contra el pecho era nuestro íntimo y brutal objetivo.
Famoso el barraco en la provincia que, por dejar el tendal de perros muertos y por arisquearle la mirada al cazador, se ganó el apodo de El fantasma.
Algunos paisanos aseguran haberlo visto y juran que es un enviado del diablo por su gran tamaño y sus ojos de fuego.
Apenas se deja ver unos segundos y desaparece entre la espesura del monte por arte de magia.
Acaso sea cosa’mandinga, de veras.
Asi fue que dentramos a caminar por una picada que iba costeando el alambre.
Los siete guerreros marcaban el camino. Uno de ellos el que punteaba el batallón era el Sacachispa, puesto bien ganado gracias a su buen olfato y poder de empaque.
Otro que jugaba de puntero izquierdo era el Chachín diría yo el sargento por su gran experiencia en la batalla y el respeto que ejerce dentro del grupo.

Un poco más retrasado y siguiendo los pasos de los punteros iba Chiquito, su hocico en forma de daga afilada y poder auditivo son sus mayores cualidades.
Jack, Lonco, Arruinado y Pehuen de cabezas robustas y manos agigantadas, juntos al Chavo, galgo barcino de gran porte y corazón ya que le irriga tanta sangre a sus músculos que le sobra velocidad para parar barracos, eran juntos, les decía, abrojos prendidos a las orejas de los chanchos.
Por nuestra parte Juancito calzaba una 12/70 recortada, diría yo que partiría en dos a cualquier diablo se le pusiera a tiro. Y el que relata, sencillamente portaba un chumbo 44 Magnum. Confiado eso sí, porque es sabido que donde pongo el ojo pongo la bala. A los trofeos me remito por si queda alguna duda.
Después de caminar casi media legua, le encontramos el rastro al Fantasma. Había caminado el alambre casi unos 300 metros para poder pasar a nuestro lote. Pasó, eso sí, pero el muy guacho había dejado 5 hilos rotos.

Como nunca me ha de faltar la bolsa de herramientas que llevo atada con un tiento al recado me le puse a arreglar el alambre (no vaya a ser cosa que don Jorge se me enoje y por ahí, llevado por los nervios me envuelve por todo el lomo con lo que tenga a mano)
Lo veía a Juancito transpirando la gota gorda, creo que estaba asustado. Observaba detenidamente el rastro del Fantasma y no es que le este queriendo hacer pasar gato por liebre pero las marcas eran como pisadas de elefante. Y eso a él lo preocupaba. Lo sé.
Ahí fue cuando me confesó que si le llegaba a pasar algo (puedo asegurarles que sentía la muerte entre los huesos) tenía cosa para darme y ahí nomás me entregó una carta que antes de guardarla entre los aperos alcancé a leer un Gracias a todos escrito con su letra puntiaguda.
No me le aguanté y le dije:
-¿No estarás exagerando no?
-Esto no es moco de pavo -me contestó. Juraría que se le había puesto áspera la voz.
-Esto va en serio y se viene en grande la cosa hermano–agregó. Los ojos le brillaban que daba miedo.

Sentí un escalofrío por todo el cuerpo al escuchar esas palabras pero sin decir nada me le estribé al caballo y comencé a rastrear.
Los nervios de los guerreros llamaban mi atención. Creo que sentían la presencia de la parca rodeándonos, sin lugar a dudas.
Yo no le tenía miedo, al fin y al cabo si tenía que morir iba a ser luchando por más malo que fuere el barraco. Que se le va hacer. Siempre vuelvo a lo mismo: si salgo vivo para contarlo, quién me quita lo vivido.
Le seguimos paso a paso a este bestial animal. Mi sexto sentido me decía que estaba durmiendo en el chañaral que se divisaba ahí a lo lejos.
Los minutos se dormían en el tiempo y el aire se hacia denso. Empezaron a caer algunas cosas que apenas mojaban. Alguna que otra desbordada de los perros me animaba más. Todo indicaba que en cualquier momento un torido se iría a escuchar. Ese magnifico sonido que a uno lo estremece y lo llena de adrenalina. Más de uno, seguro, sabe a que me refiero.
Con Juan no cruzábamos palabras. Nuestras miradas lo decían todo. Él seguía con la mirada fría y noté, además, que la vena de su frente se le empezaba a marcar. Como olvidar esa vena si de niño cuando se enojaba se le hinchaba y ahí, agarráte Catalina... No había cristiano que se le enfrentara. Así que me sentí seguro por tener a mi lado a un hombre con los huevos bien puestos.
Reflexionar sobre mi hermano me hizo sacar la atención del puntero del batallón. Y el primer torido se hizo escuchar.
Provenía del chañar. Mi sentido no había fallado como tampoco había fallado mi amado perro Sacachispa.

El torido le llegó a los demás compañeros que partieron como bala al lugar. En segundos nada se armó una guerra sin igual. Una abalanzada del overo de Juan, seguido de unos talonazos, pusieron a esos caballos a toda furia por el monte. Parados en los estribos, dándoles rienda suelta
con el culo viento, nos acercamos al sucial y sin querer al Fantasma se lo vio como posando para la foto: perfilado, con los pelos encrespados y a boca abierta mostraba un par de marfiles que erizaron de inmediato mi piel. Negro como la noche, su tamaño duplicaba la perrada. Sería sin duda el enemigo a dar batalla.
De un reflejo lo vi a Juancito que lo tenía entre ceja y ceja. Sabía que con un disparo certero acabaría con su vida.Un grito nació de mí:
-¡Tranquilo Juan, no es el momento!
-Qué pasa Agustín, acabemos con esto de una vez.
-Ya le va a llegar la hora, que si quiere guerra la va a tener -le dije.
El no entendía por qué yo, en esta instancia, le perdonaba la vida al animal. Acaso pensaba que me movía la envidia o que yo andaba tras la fama de matarlo. Como sea, lo puso de mal humor. Pero bendita sea la verdad, había fantaseado tantas veces toparme con él, que en mi cabeza me remordía la intriga de cómo se defendería o peor como atacaría este animal.
La jauría prendida al Fantasma. Chachin, Chiquito, Sacachispa prendidos a los garrones echando pa’trás. Y por delante, prendidos como garrapatas a las orejas, Jack, Lonco, Chavo, Pehuen y Arruinado, hacían lo que sabían: estaquearlo. Era digno de verlos, parecía mentira el coraje que demostraban estos perros. Que orgulloso me sentí.
Pero había algo raro. No sé.
Un torido traído por el viento se escuchó a lo lejos.
Juan no tardó en decir:
-No será el Titi.... ¿Nos habrá seguido el perro viejo, hijo è la gran siete?
No pasaron ni dos segundos y ¡ahí estaba! No lo podía creer. ¡Era el Titi!. Vamos pero viejo nomás. Yo sabía que no ibas a morir en la alfombra de la casa. Lo tuyo esta en la garra.
Guiado por el olfato pasó entre los caballos como gato quemado y ahí nomás lo encaró mocho al oscuro.

A los huevos se le prendió y no soltó más. Había que verlo, ahí estaba él. Como esperé este momento y no me lo estaba perdiendo, se los aseguro. Cómo se le afirmaba el semental, se le hamacaba de tal manera que me nació una lágrima.
Ahí los tenés tanto esfuerzo para verlos crecer sanos. ¡Y mierda! Mirálos vos...
-¡Sácale una foto, congela este momento hermano! –exclamé.
Sin perder tiempo el flash iluminó el cielo y opacó una esperanza. El chancho maldito pegó una estampida dejando nada a su paso. A Chachin lo alcanzó por las costillas, trató de seguir luchando pero fue en vano.
El Fantasma emprendió una feroz escapada dejándolo fuera de combate. A la siega iba la perrada y yo por detrás tratando de no perderlo de vista.
Juan se quedó con Chachin (lo apreciaba mucho para dejarlo morir) La bestia arremetía con todo, jarillas, alpatacos, matas negra, parecía que habría el monte en dos.

No sé... Habré corrido unos 800 o 1000 metros pero me perdí, al chancho no lo vi más y a los perros tampoco. Por minutos me quedé a la escucha. De a poco los perros fueron regresando con la lengua afuera, agitados.
El que no regresó fue el Chavo, eso mantenía una esperanza. Ahí nomás lo vi a Juan que se acercaba al galope.
-¿Qué pasó Agustín?
-Creo que acabó todo hermano. ¿Cómo esta Chachin?-Temo por su vida -respondió.
El olor hediondo que había dejado el barraco se mezclaba con un confuso olor a derrota. Que triste me sentí. Imposible ponerle palabras.
Comenzamos a llamar al Chavo. Lo llamamos una y otra vez. Y nada. No aparecía. . Con amargura emprendimos el regreso.
Hicimos un parate por el Chachin. Juan lo acariciaba y lágrimas le corrían por la cara.
Con un ultimo abrazo lo despidió. Porbre perro. Acabó muriéndose en los brazos de quien lo quiso tanto.

Me bajé del caballo y nos fundimos en un abrazo. Trate de contenerlo pero no había caso. Lo vi quebrado por primera vez en mi vida.
Un torido se abrió paso en el medio de nuestra desolación. Era una esperanza traída por el viento. Nos quedamos en silencio, conteniendo la respiración. Había sido un torido seco, un torido que esa tarde se volvió latido, un primordial latido venido de nuestros corazones.
Me le estribé al caballo y comencé a correr.
Juan se quedó ajustando cincha para seguirme. Lo que supimos después es que, en su apuro había olvidado el arma.
A los perros cansados les saque ventaja. Corría en dirección desde donde me llegó aquel torido. Me detuve para intentar orientarme. Escuché una pelea. Me acerqué al galopón para ver de que se trataba. Y allí quedé, pasmado al ver al barraco que giraba con fuerza para sacarse de los cuartos, desprenderlo de una vez, sí, al Chavo, que, bañado en sangre, luchaba con lo que le quedaba de sus fuerzas.

Donde me le acerqué el Fantasma me vio. Pude ver en sus ojos que traía la muerte consigo. No alcancé a reaccionar, a tomar conciencia que se me venía encima. No sé como diablos fui a parar al suelo apretado por el matungo, atontado por el golpe se me nubló la vista y sentí un frío que me entró por las costillas. El desgraciado me tajeó medio cuerpo. No me lo podía sacar de arriba, todo estaba oscuro. Con el poco sentido que me quedaba saqué el ruidoso y le metí una bala entre las costillas.
Herido el chancho pegó media vuelta y no se más...
Me encontré tirado junto al Chavo en un charco de sangre.
Mi querido perro se encontraba muerto.
Con mi mano derecha me toque el abdomen. Tenia una profunda herida. No sentía dolor pero la sangre caliente, que me quemaba la piel. Logré arrodillarme primero y luego pararme. Pude ver al overo a unos metros con un puntazo en el pecho. Puntazo que apenas rozo el corazón pero bastó para matarlo.

No podía razonar las piernas me temblaban. El miedo me comía por dentro.
De repente escuche un grito ahogado de Juan. Con lo que quedaba de mí traté de llegar al lugar. El cuerpo me pesaba, apenas tenia fuerzas para presionar la herida y parar la hemorragia.
En eso comenzó a llover fuerte. El suelo se volvía barro y yo tratando de avanzar no lograba armar un paso.
Mis pies dentro de las alpargatas se abrían sobre la grela como el tranco de un pollo gordo.
¡Demonios! Otro grito de Juan.
Pasé por entre las ramas del alpatacal, lastimándome aún y lo vi. Ahí estaba mi hermano Juan abrazado al cogote de la bestia. Tratando de afirmársele pero no podía. El barro y su tamaño lo hacían imposible.
Jack y Sacahispa los tenían de los garrones. El Arruinado se le fue a la cabeza y junto a Juan voló por los aires cayendo a unos cuantos metros de distancia, producto de un fuerte cabezazo de la bestia.

Juan tras una rodada logró ponerse en pie. Fue ahí cuando me gritó:
-Alcanzáme tu daga.
En ese momento me di cuenta que había perdido la mía sin tener la menor idea dónde. El 44 era mi último recurso.El chancho volvió a encararlo a Juancito. Éste al encontrarse encerrado por el monte no le quedó otra alternativa que hacerle frente.
Me le afirmé, entonces, con las dos manos y le apunté a la cabeza. Gatillé tres veces. Aunque las balas hicieron impacto la bestia apenas tropezó. Era increíble, semejante chumbazo y nada. No lo volteó.
Mas enojado que nunca atropelló a Juan y lo dio contra un tronco de piquillín dejándolo inmóvil y con un tajo que le cruzaba el pecho.
El Sacachispa, sin miedo a los colmillazos, se le prendió al cogote y lo hizo dar media vuelta, tiñéndose en sangre que le brotaba al jabalí. No le aflojaba.
Parecía que la tierra saciaba su sed con nuestra sangre.

El jabalí al verme otra vez y de a pie, no lo dudó: me encaró como para despedazarme. Cómo olvidar el sonido de esos colmillos. Algo para recordar de por vida.
Una sola bala en el tambor. Sentí que las piernas no me respondían. Los segundos otra vez se durmieron en el tiempo.
Recuerdo que puse una rodilla en el barro, recé por la vida de mi hermano, la de mis perros y la mía.
Y a partir de ahí me supe solo. Absolutamente solo. Solo contra vos. Contra tu historia.
Te vi venir, te encañoné, te esperé, tu cabeza se hizo enorme en mi tranquila desesperación, eras vos o yo. Tu vida o la mía. Tu leyenda o la mía.
Un estampido.
Ésta la cuento yo.

Miro ahora el cuadro con la foto que logró Juan aquel día que ya es historia y como cada vez, se me da por pensar en el viejo dicho “la bota de potro no es pa’ cualquiera”
No señor. No es pa’ cualquiera.
El Fantasma

Nota:
Aclaro que éste, mi primer relato escrito hace unos hace años, es producto de mi imaginación donde llevé a extremos situaciones vividas.
El resto, qué decirles... andan por ahí quienes pueden decirles si fantaseo. Son hechos reales. (A.S)