lunes, 20 de agosto de 2007

Relato:




Trabajaba en la estancia Agropecuaria Forestal del Valle.Mi hermano Juan como encargado me enseñaba a manejar el tractor con las diferentes maquinarias.
Agropecuaria cuenta con 10 mil hectáreas de campo y 250 hectáreas de pastura que se ubican sobre el margen del brazo sur del Río Negro, a pasos de localidad de Lamarque, una de las tres poblaciones que conforman la isla.
En algunas recorridas por el campo, en especial por la zona del sembrado, a metros del puesto donde supo estar por muchos años Don Severo, veía los rastros que dejaba un chancho, aparentemente cuando entraba a osar en las noches. En verdad era desastre lo que hacía, cómo dejaba la tierra.
Por la comodidad con que el animal se movía en el lugar se había ganado que lo llamen El capataz de Severo.

Por eso más de una vez enrabiado el dueño de la estancia,
Don García, nos animaba para salir a cazar.
En los 4 años que llevaba Juan trabajando no había tenido mucha suerte en el tema de cacerías. Le era difícil dar con un chancho, y cuando los encontraba no podía hacer mucho, por ser un sector sucio de pichanales. Además no contaba con perros chancheros.
Pero fíjate vos las vueltas que da la vida... Uno no está por estar y lo que pasa no pasa por pasar. Señales, digo, sino, cómo explico que por seguridad en la estancia 3 de mis cachorros cruzas con dogos se criaban privados de la libertad bajo la sombra de los árboles que rodean la casa, sujetos por una cadena de apenas dos metros de longitud.
Verlos todos los santos días, ahí, mirándome con ansias me entristecía pero a la vez, no podía dejar de soñar con ser un cazador de chanchos. Y qué mejor momento para empezar.Mi hermano contaba con los conocidos Boder Collie, muy útiles para el trabajo con el ganado, y un joven galgo poco voluntarioso como todos los de su raza. Gran parte
del día se lo podía ver descansando bajo el calor de la salamandra.
Reponía de esta manera, la energía que necesitaba para desarrollar su gran velocidad al hacer presa de todo bicho que le dispare.

Así el sábado después del mediodía ensillé la overa y con el Flaco, un compañero de trabajo, partimos para el pantano (cuadro tupido de pichana y tamarisco donde se filtra el agua de la napas, de ahí el nombre)
Con la intención de pasear a los cachorros: un Dogo argentino de 7 meses, un Dogo cruza con Gran Danés de 10 meses y otro Dogo cruza con Manto Negro, de un año.
Cachorros con pocas salidas pero muchas ganas de hacer presa al primer hocicudo que se cruce en el camino.

Los boder y el galgo se sumaron en la partida.Pasando por el galpón de la estancia se encontraba mi hermano. Le pido una escopeta 16 y le aviso que iba a dar una vuelta por aquellos lugares. Haciéndome burla me dijo:
-Te voy preparando el aparejo así lo colgamos.

Sin prestarme al juego, claro, él acobardado de sus salidas frustradas, comencé a llamar al Jack, un perro bastante baqueano que, en el caso de que nos encontremos con un chancho, les enseñaría a los cachorros los porqué y para qué de su vida de perros.
Pero el Jack con su personalidad particular solo nos siguió unos metros y se volvió con Juan. Después de todo él era su amo.
Dejando atrás la estancia, pasando por la zona de la chacra, en minutos entramos en el famoso pantano donde duermen los inalcanzables barracos.
Por haber llovido días atrás, pudimos ver con facilidad rastros frescos de alguna chancha con lechones.
Ansiosos, de por si contentos por sacarlos de un collar con cadena, los perros podían olisquear y armar cuantos pasos ellos quisieran.
El pantano al ser un cuadro de pocas hectáreas lo atravesamos al medio en poco menos de una hora y como estaba cayendo la tarde emprendimos el regreso.

En cuanto pudimos divisar la tranquera que nos llevaría en unos minutos derechito a la estancia, encontramos un rastro de un macho grande que iba en dirección para el sembrado.
Pensé que era un rastro de la noche anterior, cuando había entrado a comer.
Mi compañero, gran conocedor del lugar, insistió en seguirlo un poquito pues estaba confiado que el chancho tenía la cama a metros del puesto de Don Severo.
Le di la razón y rodeamos unos tamariscales cercanos al alambre que divide el sembrado del pantano.
Logro ver una libre que también la vio una perra boder y comenzó a perseguirla. Al no poder alcanzarla empezó a ladrar y rompió el silencio que se necesita en la cacería de jabalí. Además me amargó, perdí toda esperanza, pero cuando menos lo esperaba, un tropel y ruido a ramas quebradas llamo mi atención.
Toda la jauría desapareció en un instante a la siga de la ruidosa marcha que llevaba aquel animal. No tardé en comprender que se trataba de El Capataz. Los ladridos de los perros habían levantado al grandote de su siesta.

Mi cuerpo se saturó de adrenalina, como tantas otra veces el miedo me invadió. Me preocupaban los cachorros.

Comenzamos entonces a correr con los caballos pero era casi imposible, pues había que gambetear renuevos de chañares, lastimándonos las piernas y las patas de los caballos. Sabido que cada segundo que pasaba era vital para la vida de mis perros.
Un aullido de dolor de uno de ellos me puso como loco. Lo animaba a mi compañero para que no me deje solo, lo veía muy asustado por ser la primera vez que se acercaba a un barraco, se me quedaba atrás en la corrida.
Llegando a un limpio, pude distinguir a El Capataz entre un círculos de perros, presentaba enormes colmillos.
Como no estaba el Jack ninguno mordía en la cabeza, lo tenían sujetado de los cuartos. Así era fácil ver como le blanqueaban los marfiles. El chancho sentado sólo trataba de sacárselos de encima y, sin embargo, en esa posición su gran tamaño llamaba la atención.

Cuando pensé si era seguro bajarme del caballo y apuñalarlo se desprendió de los perros y buscó para el lado mío. En un amague pude sacarle la yegua del camino y pasó al trote manso, como si nada.
Mi compañero de un grito me recalca los calmillos y que yo le dispare. Pero quedé atontado, siguiéndolo con la mirada cómo se perdía en el monte.
Me sentí un cobarde, ni siquiera levanté la escopeta, una oportunidad que tuve a tiro y no reaccioné.
Por suerte antes de llegar a un chañar bastante sucio, los perros logran empacarlo. Ahí no dudé, no podía esperar más.
Era ahora o nunca.
Me acerqué para asegurar el tiro, giré un poco a la yegua, apunté entre la cabeza y las paletas y al fin el disparo.No sé como diablos pero juro que sentí la sacudida del barraco cuando el plomo lo atravesó.
Al verlo herido los cachorros se prendieron sin asco al animal. Me bajé del caballo, lo sujeté por la cola y el Flaco lo apuñaló cuando el chancho ya estaba entregado.

Lo demás fue, para qué decirlo, la gloria.
Y el abrazo inolvidable con el Flaco, los gritos de alegría que llegaron hasta donde estaba Juan que, guiado por el disparo, llegó hasta nosotros a sumarse al festejo. Con los dedos de la mano se puso a medir los colmillos. (Para no quedarse corto en sus relatos en las rondas con amigos)
Y como si fuera poco, rápidamente marca un número de su celular y decidido anuncia:
-Marcos, cayó el grande.
Esas palabras, insignificantes para cualquier otro, fueron tan precisas que las tomo como un trofeo. Me erizan la piel de tan solo recordarlo.
Marcos, su entrañable compinche de aventuras. Y el grande... quién no sabe lo que es un grande. Si me ha había hecho sudar en las noches de tan solo tenerlo a dos trancos de mi sueño.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Agustin.. no me gusta lo que haces!!! jajaj.. no te gusta mas la botanica..o el orogami? jjajaj..nada, iagul lo respeto.. y te dejo un abrazo..siempre te recuerdo con mucho cariño y te quiero.. cuidate y sgui creando tu felicidad.. no la persigas ^^. Julieta.

CAZADOR 49 dijo...

Mira Agustin.,
el anonimo tiralo al leon ok.,
es un NERD!!!
mira solo t voy a desir una cosaa. lo qur tu vivisteee., es esepcional, porke la cazeria es lo mejor que pueda ver en este mundo ok.
cuidatee.
y sige cazandoo al maximoo.
adios.